Una dosis de amor propio

Lo suficiente para continuar

7/1/20243 min read

Dejando a un lado la idea banal del amor propio, esa que nos vienen inculcando de forma indirecta como un complejo de superioridad y abandono a la empatía, esa de hacernos sentir invencibles y capaces de creadores de contenido digital que pueda transmitir todo el vacío que llevamos dentro y que no podemos aceptarlo mucho menos tratarlo, enfrentarlo y por fin amar su proceso.

Los días de silencio, de quietud muchas veces se prestan para ello, para poder en análisis como en un juicio de valor donde somos nosotros mismos: juez, parte, sentenciados y acusados con pocas defensas mas que lo que dice la gente que hay que hacer, vivir y sentir, donde llegamos a desifrar esta incomodidad del ser que al encontrarse en indefensión y abandono no le queda mas que adoptar esta modalidad de supervivencia para encajar en el mundo.

Pretendemos mostrarle al universo (seguidores) lo maravillosa que es la vida, tapando con cada uno de los filtros esas heridas que acabamos de suturar en la mañana, esta, que nos despierta y se vuelve abrir cada vez que intentamos esconderla en una foto, una comida, una droga o una mentira interna para pretender que todo esta bien.

Cuanta gente valiente hay allá afuera, lejos de un mundo perverso como el digital batallando con sus demonios internos por encontrar un tanto de silencio mental que les permita parar la adrenalina del talvez y de todas esas ideas que escapan de nuestra conciencia para pertenecer a un mundo, una bandera, un lugar, un apellido y una etiqueta de precio alto, tan alto que llega a cobrarnos hasta la vida en sí por completo.

Definiciones de amor propio existen por doquier, todos tenemos una versión y cada vez la vamos mejorando, encontrando eso que define exactamente la forma que aceptamos en amarnos, por que la base de este inicio es cuando ya identificamos como amarnos de manera genuina y auténtica, cuando reconocemos que la arruga, la cana o esta imperfección del cuerpo a venido a recordarnos el camino recorrido por ser lo que nunca fuimos, por esconder la esencia humana para pasar pasar a un estereotipo creado por unos cuantos para llegar a definirnos entre un millón de adjetivos.

Que valentía se siente amarse en solitud, en esencia y ausencia de todo aquello que debería ser normal o indispensable, de esta lista de cosas que debemos hacer, tener o vivir para poder sentirnos vivos. Admiro la perseverancia que tenemos para poder re-formularlo todo sin perder el camino, sin caer en la tentación del instante para ser nuevamente parte del mundo exterior, esos momentos de conmoción interna que nos alejan de nosotros mismos para permanecer activos, como pretendiendo llenar un espacio con arena y viento.

Ya el silencio me acompaña, la luz sigue prendida con el color del fuego, pero siempre en la misma base, lo que sale de mi boca no se explica con sonidos, pero si con letras construidas y sentidas en micro segundos de reflexión en especial cuando he querido abandonarme.

Todas esas veces que pretendo encontrar nuevas voces, sonidos distintos, colores de iris que conjuguen nuevas verdades o tan solo ciertos capítulos de vida mal contados y escondidos en vergüenza o frustración ante las verdades tan incomodas que nos gobiernan, las que nos tienen de rodillas en la oscuridad del espejo que no queremos voltear a ver.

Cuanto es suficiente para continuar, para crear nuevas rutinas, nuevos espacios llenos de  aromas diferentes. Cuál es la medida que permite el equilibrio de los sentidos para sentirnos agradecidos, cuál es el tamaño de mis miedos, de mis dudas y contradicciones, Cómo llenamos las expectativas esparcidas por la casa?

Preguntas sin respuestas, abandonadas de la dualidad constante y de todo aquello que cataloga una decisión, formas de ver, vivir y sentir extraordinarias y no precisamente por diferentes, sino, por únicas, tan únicas como la verdad que procuro construir cada día en cada momento de ironía, cada una de esas que ha venido a devolverme los suspiros.

Mas allá del frio de la tarde, del pecado cometido, de las palabras sin sentido, voy dosificando la palabra propio como una identidad que protege mis latidos y cada uno de los espacios construidos en esencia y advertidos, me persigo y atestiguo que este tiempo ya vivido, viene a ser todo lo que he querido.