Historias que no se repiten
incluso atravesando los mismos caminos
7/21/20243 min read


Sin darnos cuenta somos caminantes en la tierra recorriendo los mismos senderos una y otra vez, en ocasiones intentando revivir historias que ya no tienen lugar para volverse a sentir, lugares que son similares y han abandonado los recuerdos que teníamos y hasta decepcionado las expectativas que teníamos de volverlos a vivir.
Son como esas segundas, terceras y miles de oportunidades que nos damos en la vida, de ser, estar y sentir emociones que nos entreguen algo de adrenalina, paz, armonía o cualquiera que sea la sensación que queremos experimentar. Se nos escapa dimensionar el presente de la manera que es, eso que no permite volver en el tiempo y pretender que no ha pasado, que no se ha consumido, por que en realidad todo ello acaba de desaparecer de nuestro hoy de este instante, ya solo queda ese recuerdo fugaz de lo que un día fue.
Nos permitimos perdernos en esta experiencia de aprender de la vida, de los humanos que nos rodean, propiciamos momentos y encuentros muchos de ellos con una expectativa avariciosa, como pretendiendo que se haga nuestra voluntad, como con segundas intensiones, con esas ganas de hacer algo que llegue a llenar estos vacíos de existencia, de presencia o de olvido.
Y ante ello el mundo nos regala miles de lugares en los cuales podemos desenchufarnos de todo ello que nos aleja del hoy, del ser y del común de los días en un mundo lleno de consumo y pretensiones, somos tan bendecidos que en cuestión de minutos o unas cuantas horas llegamos a lugares llenos de verde, de sonidos, de agua, lodo y todo aquello que nos moviliza el alma para recordarnos que estamos aquí de paso, que hay que saber disfrutar el instante en que la sopa caliente se ha servido y sentimos el aroma de la leña atravesando el bosque mientras nos calienta el cuerpo.
Ibamos por la carretera y coincidimos en apreciar el verde de las hojas, de los arboles, la armonía del viento mientras nos regala una bocanada de frio para erizar la piel lo suficiente para hacernos sentir agradecidos por poder conectar con esta parte de la experiencia humana que pasa desapercibida en nuestra selva de cemento, esta que llena nuestras paredes de exigencias y de metas por cumplir para lograr algo que apenas podemos entender, esa parte de la sociedad moderna a la cual cuestionamos y que solo nos acomodamos desde nuestra trinchera para ser inclusivos o quizás solo comprensivos.
Se tienden los puentes a nuestros pies, esa sensación de que al cruzar algo maravilloso nos espera, es como una señal diferente del universo que nos invita a una reflexión sentida, las que abandonan a la mente y solo deciden dejarse llevar por el color del iris de los ojos o la vaselina que hace brillar los labios, cada uno de esos instantes en que vences la timidez para desnudar el cuerpo por que el alma ya lo has hecho, que no importa si hay ojos mirando, pues al final del cuento es una historia que no se volverá a repetir, por que ya cambiamos la idea de un futuro al segundo en que apagamos la luz y decimos hasta mañana.
Y todo ello mientras la llantas patinan en esa calle llena de rocas nos detenemos a ver la luna y el color amarillo extraño que se ha generado, nos preguntamos si será así, si lo que estamos viendo es real y es ahí cuando llegan a compartir con nosotros estos ángeles carismáticos que con una sola sonrisa saben llegarnos a cautivar con sus historias, con sus nombres indígenas y ese acento que solo provoca ternura y mantener una charla entretenida entre el frio y algo de cansancio por lo recorrido.
Cada uno de estos momentos es lo que nos regala algo de humanidad, sentido de pertenencia al lugar en donde nacimos, todo como para aceptar aquello que desconocemos pero llegamos a experimentar, esta extraña sensación de abandonar el nido por buscar nuevas aventuras, rompiendo cada una de las estructuras sociales, familiares, de edad, colores y razas, de figuras y de estereotipos.
Vuelvo a sentarme en el balcón de la vida, este que me permite sentir el café caliente entre la paz de mi conciencia y libertad de ser quien quiero ser cada vez que lo decido, esta valentía de abandonar el ego con firmeza y poder reencontrarme con el humano que habita en mí dispuesto a seguir aprendiendo sin prisa, ganándole la batalla a la ansiedad, aprendiendo a controlarla y permitiendo que el orden superior y el propósito mayor gobierne mi vida.
La gratitud por respirar en pausa, en amor propio, la paciencia y la tolerancia para poder mantener mi sendero habilitado, entendiendo que los obstáculos en el camino son solo eso, retos que enfrentar y personas que conocer, comprender y transitar en la vida.