A la mitad de una decisión
gobernados por los resultados
7/14/20243 min read


Estos días he vivido experiencias que me dejan pensando sobre como vamos llevando la vida en cada respiro, es que el universo mismo se encarga de ponernos a prueba como con intensión de reafirmar o desestimar a la dualidad constante, que es lo que estamos haciendo, sintiendo y básicamente si existe aun algo de coherencia entre lo que somos y decimos ser.
Los retos mas grandes a los que nos enfrentamos son esos que provocan emociones profundas en nuestro ser, esos que nos llevan a decidir de formas tan diversas que durante el tiempo que toma esa acción ya nos habíamos llegado a cuestionar el por que lo hacemos.
Nos vamos haciendo tan extraños a nosotros mismos que durante un período de tiempo aceptamos que la vida intervenga de forma abrupta removiendo toda nuestra zona de confort, permitimos que esos esfuerzos extraordinarios que realizamos por mantener el patrón de conducta sea nuestra lámpara en medio de tanta oscuridad.
Y estamos aquí en presente, reflexionando sobre lo que hemos creado, mirando desde el balcón la vida del resto para pretender equipararla con la nuestra y sentirnos un tanto aliviados al pensar que la nuestra es diferente y de paso la catalogamos nuevamente en una dualidad y con ello retomamos un suspiro de confianza para poder mantenernos en medio de conversaciones incomodas y egos manifestando autoridad.
Compartimos información de diversas experiencias, algunas que nos dejan atónitos al no poder concebir las decisiones de otras personas, como si pudiéramos sentirlas, como si las nuestras tuvieran ese equilibrio que de nuestra boca irradia cuando nos atrevemos a opinar o tan solo dar los llamados consejos.
Los colores de la rutina suelen ser los mismos, es como el agua que cae por las mejillas de quien lo siente y la desazón del tiempo concluido, ese que ya se nos es esquivo y que por alguna razón apuñala el instante en el que lo recordamos y añoramos olvidarlo.
Cada vez que tomamos una decisión todo lo colateral se mueve, algo cambia en nuestro camino, el futuro de la hora siguiente se modifica y el silencio de un secreto paraliza el presente llenándolo de vacío, visitamos con frecuencia la incertidumbre y esos gritos hacia dentro nos consumen toda la paz que aun queda disponible.
Al final de un cuento, de un libro, siempre nos inventamos algo diferente, como si pudiéramos cambiarlo todo de un plumazo o un borrón, como si nuestro final es mucho mas elocuente, convincente o quizás tan solo esa falsa expectativa que creamos en el segundo que sentimos todas esas emociones que nos convierten en creadores de contenido.
Como saber si estas decisiones son partes del acuerdo previo, como tener una idea de que no rompemos la estabilidad de nuestro propio universo cuando abandonado aquella individualidad para ser parte de una estructura preconcebida en el linaje, la que ahora nos tiene en discordia y con la guardia baja ante la indudable melancolía de todo lo actuado.
Donde se guarda ese pedazo de valentía para salir de los enredos de la inestabilidad externa, todo este espacio que se mueve a contra corriente y nos pone de rodillas ante el miedo y la tristeza de una indudable salida.
Resignamos los momentos, las personas, los lugares y aquellas expectativas que antes alineaban nuestro camino, ese que visualizamos en base a una decisión incompleta, aquella en que la fuerza de la costumbre mal educa nuestro proceder en las mañanas y se acuesta a nuestra vera cada vez que decimos basta.
En conciencia empezamos a tomar decisiones mas completas, dentro de la indiferencia del momento y ante el resultado o la expectativa, avanzamos por la escalera de la vida buscando sentir que nos equivocamos cada vez menos, ignorando que ese aprendizaje oculto es lo único certero
Llevamos mucho tiempo transitando por el mundo, pretendiendo ser cada día mas grandes, mas sabios y quizás mucho menos humanos, en ocasiones la frialdad de las decisiones nos hacen esclavos de un recuerdo, de una añoranza y de todo aquello que no esta disponible en nuestro espacio.
Cuanto camino hemos recorrido sin sentido, cuantos días se han esfumado sin apenas darnos cuenta lo maravilloso de perderse, de equivocarse y levantarse, todo ello que confabula para volver a vernos, a sentirnos y como no, para amarnos.
Ninguna decisión va por la vereda de lo cierto, solo acompaña a nuestra sombra cual infallable compañera de conciencia y sin que salga otra palabra de mi boca, suelto al tiempo y sin excusa me estremezco.